viernes, 31 de julio de 2009

El Juicio Condenado


Por Alonso Lillo

“Sea la verdad; lo justo, lo honrado, lo digno y lo bello... sea entonces mi sentencia, conforme a ésta única virtud, por la cual se me juzgue y se me otorgue un castigo. Aun apelando a mi condición de hombre, que teme por la crudeza de la desdicha, que evalúa su infortunio, válganme todas las fuerzas para hacer frente a mi voluntad y... hacer morir la luna en mi boca, apenas raye el alba”.

Eran las palabras de un hombre a quién habíanle golpeado en el altar de sus placeres;

Día sábado. 6 de Junio de 2009. 12 de la noche.

Él y su mujer (a éste gustábale llamar así a su esposa) venían de cenar donde su buen amigo don Marcelo Rivas Contador. Comentaban sobre asuntos diplomáticos, sobre el diario y la subjetividad, sobre el vestido gris de doña Ester, y sobre los niños rubios de la casa del frente.

Él llamábase Raúl, y ella Sofía.

Él vestía un frac azul, y ella un abrigo negro.

Raúl trabajaba en una tienda de abarrotes y Sofía se dedicaba al cuidado de su único hijo, de 4 años: bautizado Raúl, como su padre.

Raúl era un hombre de 35 años. Sofía tenía 32.

Sin más, habré de contar los hechos tal y cual acontecieron, y como abrazaron la desdicha y fortuna los personajes, distintivamente.

Raúl y Sofía se encontraban en todo su parlar, y su intercambio de apreciaciones sobre la junta, al salir de la casa. Caminaban por calle Montt hacia Lautaro, dónde estaba aparcado su auto. Raúl hablaba apasionado, investigando en el rostro de Sofía, la aprobación de su argumento o su rechazo en el gesto, cuando a boca de jarro, disparáronle sobre su mujer, un hombre que doblaba por Bannen, y que internábase en la calle… quién sabe porqué razón, dándole muerte allí mismo.

La vileza y crudeza, con que arrebatábanle un trozo del alma, hizo que Raúl, acumulando en sí, toda la desesperación y pánico causado por este atroz acontecimiento, le diera muerte a uno de los dos hombres, dos cuadras al sur, cuando éste trepaba sobre tejado ajeno y caía sin remordimientos sobre las flores del jardín.

Allí habría encontrado la muerte, sujeto de procedencia olvidada y de nombre:

Juan Quiroz. El otro comparecía hoy, junto a él, ante el juez, en el tribunal.

Viernes 12 de Junio, 2009.

Tribunal. 6 de la tarde.

Impacientes esperaban todos, que llegase el autor del crimen.

Extraño era de que su abogado hubiese llegado solo, pues ya estaba en la sala. De hecho había sido el primero en llegar.

Un hombre aparece en el escenario, un guardia del edificio, que le alcanza al juez un papel, firmado por Claudio Tejo, el autor del crimen, que decía:

“Señor juez, ésta es una carta de renuncia, puesto que he decidido terminar con mi vida, aludiendo al tribunal a dejarle un “cacho”, un caso no resuelto, un crimen impune e infinitamente condenable. Le digo que fui enviado por el “Negro Palma” que había de ajustar cuentas con el hombre éste que está hoy ante usted… no sé su nombre.

Le pido disculpas a los familiares, a todos en realidad. No soy un asesino, soy más bien un hombre acorralado entre el bien y el mal. Sino lo hacía, seguro me cargaban a mí.

Le debía un favor muy grande al Negro Palma, entonces no tenía otra que aceptar la paga.

He aquí a mi abogado, que lo he metido en asuntos siniestros.

Y he aquí también a un asesino verdadero, a éste hombre que le ha dado muerte a una persona inocente, que nunca tuvo vinculación conmigo, a éste, arrancadle los ojos y procesarlo.

PD: Y busquen al negro Sergio Palma. Y métanlo preso”.

Insólito hecho fue este episodio, y acaso una eventualidad sin precedentes. Un hombre que horas antes de presentarse ante el juez, decide acabar con su vida, y enviar una carta al tribunal, dejando atónitos a todos los presentes, particularmente a su abogado, que alborozado y callado, se sentaba en su silla, mirando sus zapatos.

El Juez, ante esta situación, pronuncia: Señores… se levanta la sesión, ante esta eventualidad, se me hace imposible la tarea de juzgar a sólo una de las dos partes.

En definitiva, pueden retirarse.

Los murmullos de los familiares, el llanto desconsolado de la madre del suicida, de sus hermanas María y Josefa. Y por otro lado, la hermana de Raúl; Mariana, que no había venido en compañía del hijo de éste, por la gravedad del hecho, y puesto que además tenía nomás de 4 años, no era recomendable presenciar este tipo de ceremonias.

“Raulito”, apodado así por sus padres, poco comprendía sobre lo que estaba pasando, pero aun así no pasaba por alto que no eran días agradables.

–Raúl, ¿que piensas hacer?- le increpaba Mariana, mientras se dirigían a tomar el micro. Ese tal señor Tejo, cómo es posible que se haya suicidado, qué horror, y además nombró a ese otro Negro Palma, que seguro lo traerán también para interrogarlo, dime ¿qué tienes tú que ver con ese?

– Ay Mariana, Mariana, tengo buen respaldo, no te preocupes. Te contaré un secreto…

…Pero Raúl ¡por Dios! Sí, si no digo nada, nada, pero por favor, no me digas que ése también, ¿el señor Contador?

Rivas Contador- corrige Raúl.

La aurora envolvía todo el paraje, acaso el yugo que cargaran los hombres viérase por instantes, agazapado entre tanta gente.

El ajetreo de los que comenzaban su semana laboral, dando siempre espacio a la escena, a esos mismos patrones tan característicos de la sociedad contemporánea; el café de oficina, el indiferente apretón de manos, y esos diálogos tan discretos de paradero, que lejos de amenizar el alma de Raúl, lo sumía de sobremanera en un desencanto y náusea que dábale al desamor su mejor oración. Esperando deseoso el cantar del alba nueva y el enjuague de sus culpas.

Llegando a su casa, en Salvador Allende, despide a su hermana, y le pide dejarlo solo.

-Vete a casa tranquila, y llámame luego ¿si?-.

-Sí, luego te llamo hermano, que descanses-.

Y depositando sutilmente un beso en la mejilla de Raúl, se encamina hacia su casa, ubicada en lagunillas.

– Hola hijo- pronuncia Raúl, apenas tocan sus pies la alfombra.

– ¡Papá!- lo recibe alegre su hijo, que colgándose de su cuello no deja de jugar con los botones de su camisa.

– Como se portó el niño – pregunta Raúl a Teresa, su vecina.

– Oh muy bien vecino-.

– Bueno pues, muchas gracias por haberlo cuidado.

– Qué agradece pues, para eso estamos los vecinos.

– Hasta luego.

– Hasta luego don Raúl.

El reloj marcaba las 7 y treinta de la tarde.

El crepúsculo manifestábase con diligencia, dejaba entrever como el arrebol se iba apoderando del ocaso, y como se sumergía el sol, al horizonte.

Los bulevares comenzaban a abrirse, al igual que todas las aristas de la ciudad.

Apenas llovía un poco, mas dejaba entrever esa agua, como el plúmbeo llanto miserable de los condenados, iba fundiéndose con ella, amalgamándose en una especie de columpio existencial por donde vagaban sin que sus almas encontrasen jamás contentamiento.

Raúl mientras tanto, observaba desde su ventana, como parpadeaban los astros en el firmamento, y dejábase seducir por los botones del teléfono en el escritorio.

2752550, sí, ese es el número de Marcelo. Es menester hablarle.

-aló, habla Raúl-

-ah chuu, Raúl…dime, qué persigues-

-¿podemos juntarnos?-

-¿qué hora es? Déjame ver el reloj… ah! no son las 8 aún… bueno pues, dime donde-

- en tu casa, había convenido-

- Hecho-

-nos vemos entonces, en una hora estoy por allá-

- Nos vemos Raúl-

Hijo, voy a tener que ir a dejarte donde tu tía Mariana ¿bueno?

El papá tiene que resolver unos asuntos, no tardará mucho.

Al tomar el micro, se sentó con su hijo en brazos, y se incomodó un poco al sentir el contacto con la pierna de un señor que le rozaba el hombro, mas se distrajo en la ventana, en un par de ojos grises que aparecían en el reflejo empañado, y con el cuál se cruzaron los suyos un par de veces. Esos gestos recalcitrantes, presurosos, que evaden con premura cualquier contacto con lo ajeno, hacen parecer aún más que todo el día es un cortejo, un constante devenir entre disimulos de perfil y desencuentros, a veces recordábanle a relaciones de trabajo, a esas asimetrías que existen entre patrones y trabajadores. Veía desde la ventana del micro una oficina, como un hombre de traje apretó la mano del secretario, abrochó su abrigo y enseguida caminó calle abajo con prisa.

-Bueno Mariana, gracias por todo, mañana entonces pasaré a buscarlo.

Y tú pórtate bien hijo ¿eh?, nos vemos-.

-Chao papá-.

-Chao Raúl, que todo salga bien- concluye Mariana.

“Así declaran los economistas, y los eruditos en el tema, que producto de la inflación y la sobreproducción de”… ah! Qué no pueda leer el periódico tranquilo, quién golpea la puerta.

– Ah, eras tú Raúl, disculpa, tan puntual como siempre, pasa-.

-bueno pues Marcelo, aquí estoy. Hablaré inescrupulosamente, acaso sea mi verdad suficiente como para persuadiros en vuestros juicios-

– Habla tranquilo, yo te escucho-.

– No sé qué hacer Marcelo, ese otro loco, Claudio Tejo, se ha matado, y me ha dejado solo ante el juez. Ha enviado una carta al tribunal, nombrando al negro Palma, que si lo llegan a coger, caímos todos-.

– ¿Cómo así Raúl, qué dices?-.

– Pues así como oyes querido Marcelo, recuerdas al tipo ese, con el que te mandé a saldar cuentas, él es el negro Palma. El hombre al que tenías que entregarle el dinero.

– ¡Qué dices, Raúl! No, no. No me vengas con esto ahora…yo me voy, agarro mis cosas y me iré, tengo a mi hermana allá en los Ángeles, seguro estaría contenta de verme, ¿verdad que sí? yo me voy donde ella, la llamaré a su casa-.

– Para un poco Marcelo, qué habíamos convenido acerca de lo “justo”, recuerda basaste en aquellas premisas antes de decidir. ¿Como ha de ser la vida y suerte que corra el hombre, que reniegue a someterse a ello?

– Pues corre un riesgo de muerte-.

– Sí Marcelo, y una muerte irremediable, un pudrimiento de esa vida privada, de su alma, pues siendo la ley; lo justo, lo bondadoso, lo honrado y digno, no puedes apreciar más el sufrimiento de la carne que la vida misma, esa que se encuentra entre las costillas, en el centro del cuerpo, en el alma misma-.

–Tienes razón Raúl, pero ¿no precisará el hombre en este caso, tratar de huir a su suerte, con tal de no dejar que otros menoscaben su vida privada, su alma, aún sabiendo que está contrariando la ley?

– Tú te refieres a la humillación, a eso le temes, pues veamos primero Marcelo, si es justo recibir castigo por nuestros juicios, ¿acaso no será mejor para el hombre morir de acuerdo a estos principios hermosos, que lejos de menoscabar el alma, la redimen, que seguir viviendo, aun después de haber huido, pero con el alma herida por el remordimiento, por el peso de la conciencia?

– Raúl, ¡por favor! No atormentes mi espíritu en estos momentos… además, poco me vale echar juicios sobre el asunto, ambos hemos renegado de estos principios, y hemos procedido mal, además tú sabes, que yo, siendo un hombre apegado a estos ideales, el corromperme ahora no es un agrado. Lo siento, yo me voy. Así recaigan sobre mí todos los crímenes-.

–Y así será mi bien querido Marcelo. Aunque reconozco también que tienes algo de razón, hemos sido desterrados de nuestro “edén”, por figurármelo de algún modo.

Aunque sólo una cosa pueda objetar, que yo me refería a la muerte, a la sumisión después de nuestro condenable proceder, a ajustarnos a éstos principios, ahora, que hemos hecho mal, no así a continuar con nuestra vida, a huir con tal de rescatarnos de lo que nos hemos despojado, concientes. La muerte del alma, trae consigo el pudrimiento del cuerpo. Y no se puede vivir con el cuerpo herido, bien lo sabes.

Por lo tanto, yo no me refería a vivir sin ley como tú estás precisando, o a tratar de encontrar una justificación en mi proceder, sólo hablo de una muerte justa, morir de acuerdo a lo que es justo, y siendo esto “la verdad”, me defiendo, y te digo que sólo la verdad puede juzgarnos, porque es el único juez.

Por eso, creo que los dos deberíamos morir, es más justo y digno morir, que seguir viviendo, entendiendo por muerte claro, la privación del alma, y el rompimiento del compromiso que tenemos con la libertad, esa ruptura inalienable-.

– Me sumo a tus palabras, Raúl-.

– Entonces Marcelo, que ahora pretendes huir en estos momentos, acaso no te has dado cuenta de que tienes tanta parte como yo en el asunto, pues desde que descubrí que Sofía me era infiel con ese tal Juan Quiroz, preso de mi ira me dirigí a ti, en auxilio próximo, a confiarte mis desventuras, y tú, aceptaste de hablar con el negro Palma. Sabes que ese siempre ha sido un sucio ciudadano y aun así no te negaste en darle el dinero que yo te diera, para que éste le pagara a Claudio Tejo, el hombre que disparó a mi mujer, el día 6 de Junio.

El asunto concluye aquí; al salir de tu casa, el día sábado, Claudio Tejo, el contratado, le dio muerte a mi mujer, y yo, aprovechando la ocasión, y sabiendo que por allí estaba Juan Quiroz esperándola, por allá en la esquina entre Balmaceda y Sotomayor… pues recuerda también que yo me habría enterado días atrás, de una conversación que tuvo ella con el desgraciado, donde Sofía le contaba que cenaría en tu casa el día sábado, y que la esperara cosa de las 12 de la noche por allá en esa esquina.

Yo, enfurecido hablé contigo sobre lo que habría de suceder, te dije que ahora sí podía asistir, que ahora sí aceptaba tu invitación de asistir a la comida en tu casa, junto con los otros tantos que habrían de ir a celebrar tu ascenso. Aproveché además de proponerte esto, de involucrarte en este complot, cosa a la que nunca te negaste, vaya a saber yo qué razones hayas tenido, en fin.

Yo llegué en definitiva, el día sábado a tu casa, bien lo sabes. Ah y otra cosa, te agradezco lo discreto que fuiste con tu mujer, pues si Ester se hubiera enterado, yo me habría arruinado.

Acaeció que al salir, casi estuve a punto de arrepentirme, pero no, la suerte ya estaba echada, sabía que por Balmaceda estaría Juan Quiroz, y no podía resistirme en alcanzarle. Apareció a lo lejos Claudio Tejo, a eso de las 12 y 10, y disparando sobre mi mujer, veo asomarse el rostro de su amante por la otra esquina, y sentencio: ¡fue él, fue él!

Enseguida éste echa a correr, seguro por su condición de amante a la intemperie, de alma desnuda, y mientras corría yo le pisaba los talones, mas le iba lanzando serpientes de mi boca: ¡siempre supe que me estaban haciendo una canallada, no te arranques ahora cobarde, cobarde, tú eres el amante de Sofía!

Y éste, conteniendo una vergüenza abominable por su reconocimiento ante la sociedad espectadora y abrazando un infortunio bochornoso bajo su cabeza y peso, se sujeta al tejado de una casa, allá entre Orella y Bilbao, y yo alcanzo a agarrarle un pie, y devolverlo a tierra.

Alcancé a ver su rostro, y me pareció ver en él, un gesto de cordero degollado, o más preciso aún, a punto de degollar. Yo, metiendo mi mano al bolsillo del pantalón, alcanzo el arma que horas antes me hubieras entregado tú, y le di dos puñaladas.

La policía me alcanzó justo en el momento en que éste abría por última vez los ojos, como echando una mirada desesperada a lo que no volvería a mirar, creo que abrió los ojos más de lo normal, y me alcanzó a dar un apretón de manos, luego se desvaneció. Por lo menos nos despedimos como caballeros.

Yo luego me vendría a enterar de que la gente misma habría acusado al verdadero autor del crimen, la poca gente que transitaba a esas horas por allí, a desgracia mía, pues no quería que le dieran caza.

– Logras persuadirme Raúl, mas temo por mi destino-.

– Estamos en la misma condición-.

– Pero por qué habrían de culparme a mí-.

– Tú fuiste mi mediador entre el negro Palma y Claudio Tejo. Te di el dinero para que le pagaras a este por los servicios, y tú nunca te negaste, ahora no puedes abdicar, es un tema mayor, preciso es lavar tu cabeza en la fuente de la verdad.

-Qué harás con tu hijo Raúl-.

Yo no iré preso. Sólo cumpliré con mi sentencia, sangrará el sol en mi vientre y la soledad parirá conmigo, mas alcanzaré la redención algún día, cuando el vendaval deje de llamar a mi rostro como granizo en invierno, y deje de pasar el tiempo, por mi hiel.

-Espero no te arrepientas luego Raúl, yo de todos modos me quedaré a esperar mi suerte. Lo que el devenir me trajo, habrá de volverlo a reclamar algún día-.

-Muy bien dicho-.

¿A propósito, Raúl, cuando debes volver al juzgado?-

– Mañana por la mañana, seré procesado-.

– Que la virtud sea de tu lado, mas yo aprovecharé las horas que me quedan, pues creo que correré igual suerte –.

– Que la virtud nos ampare-.

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