viernes, 31 de julio de 2009
Turismo Aventura
Por Marcel
Esa mañana, estaba Barry, como de costumbre, aburrido, mirando hacia la calle, por la ventana.
Aprovechó que el ama había dejado abierto el portón del antejardín, sin dejar pasar la oportunidad, para salir a dar una vuelta.
Era un día muy helado, por lo tanto vestía una capa de lana y una buena bufanda.
Estaba bastante “lateado”, su vida, sus días, eran todos iguales, rutinarios, recurrentes, sin cambios. La aventura lo llamaba.
De pronto, su nariz olfateó un olor desconocido muy sensual.
¿Sensual? ¿Porqué pensó que era sensual?
En sus cortos años de vida nadie lo había preparado para discernir al respecto. Era algo intuitivo.
¡Dios mío! … Sus ojos no podían creerlo. Una jauría de perros había irrumpido intempestivamente en el paisaje de Lagunillas, armando una gresca descomunal.
¿Cuál era el motivo, o causa de aquella algarabía?
¡Obvio!, era la presencia de Barry, un personaje desconocido entre los perros del barrio. Éste, de maneras finas por su raza, recién llevado a Roberto, el vecino peluquero, uñas cortadas y vacunas al día…
La cuestión es que Barry, ni corto ni perezoso se la jugó a morir, se unió al choclón de congéneres que se peleaban por el privilegio de ir al lado, muy apegaditos, de la hembra que, coqueta y provocadora daba unos giros, se tiraba al suelo y mostraba sus colmillos, simulando una sonrisa. (Era bien ordinarita).
Barry corrió y corrió y corrió , a pesar de los gritos del ama que lo llamaba desesperada. Pero él estaba decidido a jugársela. Otra oportunidad así, no la volvería a tener. No se dejaría llevar por sentimientos, ni a transar su libertad.
No se dio cuenta cuánto tiempo y qué distancia había puesto entre él y su casa; pero el cansancio y el hambre se lo hicieron saber.
Estaba cayendo el crepúsculo, en Villa Mora y, como era otoño, se estaba oscureciendo más temprano.
La jauría se había detenido y la mina en cuestión estaba agotada, se echó a dormir y, a su lado, los galanes. Sólo Barry descansaba un poco alejado del resto.
Tenía mucho frío, sucio de barro, la capa que le había tejido el ama, colgaba ridículamente de su espalda como consecuencia de los tirones y mordiscos que le dieron los demás, mientras se burlaban diciéndole “ándate con tu mamita, cuico mamón”.
Las tripas le sonaban de hambre y pensó en el almuerzo y la merienda de esa hora, agua limpia en su plato, aunque él también había bebido agua de una acequia que sabía putrefacta.
Las lágrimas cayeron sobre sus mejillas peludas y analizó la situación.
¿Qué va a ser de mí? estoy tan lejos de mi casa ¿Porqué me escapé de allí si lo tenía todo?, mi cama, mi sofá favorito desde donde todas las tardes veía monitos, mientras saboreaba un chocolate?
La noche fue interminable, de nuevo siguió tras el cortejo sin detenerse. No quería quedar solo porque tenía mucho miedo.
Llegaron un galpón, al lado del bypas, donde se cobijaron de la lluvia que empezaba a caer. Pero no estaban solos: dos niños y un hombre estaban en el suelo durmiendo. A su lado, dos perros con pinta de matones, les brindaban calor con sus cuerpos.
Barry se dijo: “ahora comprendo lo que significa vida de perros” .
Al día siguiente, ya entrada la mañana, muerto de frío y de hambre, siguió a la jauría trotando detrás de los demás.
Caminaron y caminaron y, por la tarde, llegaron a un lugar que le pareció familiar. Su corazón saltó de alegría ¡Habían caminado en círculo! ¡Habían llegado a Lagunillas por el otro lado!.
-¡Vecina, vecina, llegó el Barry!- dijo alguien.
Lo tomaron en brazos y lo llevaron a su casa. Su ama lloró de alegría y él, estaba un poco molesto, porque no lo tomó como siempre lo hacía. Pero, en fin, ¡sería porque estaba muy sucio y olía muy mal. La capa había desaparecido, una oreja rasgada y del pompón de la cola, sólo quedaba la mitad!, pero, se dijo para consolarse, ¡Estas son mis medallas de guerra! ¡Que viva la libertad! ¡El hijo pródigo ha regresado a casa!
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