viernes, 31 de julio de 2009

(continuación de Érase una vez ...)

Había pasado ya casi un año de nuestra hermosa amistad, en que pasábamos leyendo, escribiendo poesía, pescando, recolectando frutos y lo que mas me llamo la atención, extrayendo el mineral que para el era muy preciado, ya que con este el se calentaba en el invierno y además lo usaba como combustibles para unas maquinarias que el invento, este mineral lo llamaba hulla… nosotros, carbón de piedra.

Un día después de una semana sin ir a visitarlo volví a ir donde mi amigo no había podido ir ya que me había resfriado, al llegar donde el lo note un poco triste y cabizbajo.

Que te sucede amigo, le pregunte.

El, me miro y dijo, acércate chiquitín te contare un secreto que ya no es necesario guardar, lo que sucede es que uno de los motivos por lo cual no quería juntarme con ustedes, los pequeños, es porque algunas de las enfermedades que para ustedes son pasajeras, para mi son mortales y eso paso con todos los gigantes que habitaban con migo antiguamente, ellos eran muy dados a esclavizar a los pequeños y algunos hasta se los comían, hasta de pronto comenzaron a ser contagiados con algunas enfermedades y se extinguieron en su ego, pues jamás pensaron que seres tan pequeños pudieran resistir mas que los gigantes y como mi jamás me gusto el trato que les daban y mucho menos comerlos por eso nunca tuve uno de esclavo y gracias a eso no me contagie y pude vivir hasta ahora.

Yo lo interrumpí consultando y por ejemplo, nómbrame una de esas enfermedades tan mortales para ti.

A lo que el me contesto, esa gripe que te tubo una semana en casa.

Cuando escuche esto, un frío inmenso congelo todo mi cuerpo, no supe que decir al pensar en la posibilidad de que por mi culpa podría estar en peligro la vida de mi mas preciado amigo, mas mi temor tenia fundamento y ya era demasiado tarde para tener cuidado, pues los días para mi amigo estaban contados.

El poso una mirada en mi tan tierna, que las lagrimas inundaron mis ojos reventando en un llanto sin consuelo, el trato de consolarme, diciendo que no era mi culpa pues el jamás me había contado ese secreto, pero yo seguía insistiendo que si no me hubiera metido donde no me habían llamado nunca lo hubiera contagiado.

El mirándome fijo a los ojos mira chiquitín, si no te hubiera conocido habría muerto algún día de igual forma pero no hubiese recordado lo que era sentir la alegría de tener un amigo y encontrarle una razón hermosa al tener que despertar cada día. No sufras amiguito ya que tu lograste en mi lo que seres sumamente valientes y nobles fueron capaz de lograr y eso hace que me valla tranquilo y feliz de haberte conocido, con tigo descubrí esto “No es el tamaño de tu cuerpo lo que te hace ser grande, si no el tamaño de tu corazón ahí están la verdadera fortaleza y grandeza” tomándome entre sus manos me levanto y dijo, te has dado cuenta que hace ya un año que nos conocemos y tu no sabes mi nombre no yo el tuyo.

Tienes toda la razón mi amigo.

Entonces el me dijo (así como empezando de nuevo)

Hola, mucho gusto, mi nombre es Nelson.

Hola, el gusto es mío, me llamo Richard. Le respondí.

Ha sido un enorme placer el haberte conocido y amado amigo Richard

Para mi también enorme señor Nelson.

Entonces acercándome a sus enormes labios, poso un beso en mi frente y por su mejilla rodó una lagrima, como para saciar con su bondad la sed que les causa el odio a muchos.

Richard, ojala que nunca me olvides

No lo Hare te lo prometo.

Mi buen amigo quiero pedirte un último favor, me dijo.

Antes que te vallas yo entrare en la torre de mi castillo, la que será mi ultima morada y quiero que le eches llave y luego tires la llave al mar y por favor no vuelvas a abrir esa puerta jamás, si realmente me quieres y eres mi amigo, harás lo que te pido sin cuestionamientos.

Lo harás, me pregunto.

Yo sin poder aceptar aun lo que estaba ocurriendo, jure lealtad a mi amigo y abrase fuertemente y por ultima vez su enorme mano y con un amargo sollozo le dije jamás te olvidare mi amigo mi hermano, el entro a la torre se sentó en un sillón de madera que había ahí.

Es la hora, me dijo.

Yo, saque fuerzas del inmenso dolor que me envolvía y cerré la puerta de la torre con llave, luego corrí y corrí hasta llegar a la horilla del mar y tire la llave lo mas adentro que pude y me fui a mi casa y jamás le conté nada a nadie de esto.

Ya han pasado muchos años desde Aquella despedida y hoy al ver a la gente de mi ciudad me puedo dar cuenta que cuando el gigante enseño a mi gente los secretos de la pesca, de las hortalizas y de la extracción del carbón, también nos heredo su fortaleza y bondad, mas también me doy cuenta que lo que el nos aconsejo sobre la extracción del carbón, jamás lo tomamos en cuenta y hoy la naturaleza nos lo recordó, ella nos da en su justa medida todo para sobrevivir, pero cuando abusamos también nos los quita.

Hoy al pasar por la plaza 21 de mayo, puedo ver y contemplar lo único que queda de su hermosa casa… aquella gran torre donde el un día se sentó a esperar que sus hermanos lo vinieran a buscar desde el cielo.

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