Por Soñador
Los Macaya han sido reconocidos pescadores y balleneros desde 1935.
Se iniciaron como balleneros en la Isla Santa María, lugar de nacimiento de la numerosa familia, cuando don Juan Macaya salía de la Isla a vender mariscos y pescados hacia las costas de Lota y Coronel, centros mineros de importante comercio.
El viejo Macaya, observaba en su trayecto, muchas ballenas de las denominadas “mansas”, que pululaban en el Golfo alimentándose de la rica fauna marina que en ese tiempo existía.
… Y se le ocurrió cazarlas para proveerse del aceite necesario para el alumbrado y, además, para comercializar la carne que era tan apreciada por su color y semejanza a la carne de vacuno.
En precarias chalupas, comenzaron a cazarlas con arpones.
La chalupa era una embarcación liviana con dos proas para poder desplazarse rápidamente, la que en los primeros momentos era comandaba por el viejo, para dejar, más tarde a los hijos en su lugar.
La embarcación con sus cinco tripulantes, uno de los cuales portaba un arpón, se acercaba muy lentamente a la ballena, que denunciaba su presencia por el espauto que expelía fuera del agua. Cuando salía a respirar le metían la lanza con el arpón debajo de la aleta, donde sabían que se encontraba el corazón, alejándose rápidamente para que el coletazo no los alcanzara.
Era una maniobra muy peligrosa. La rapidez de la acción era, sin lugar a dudas, esencial.
Después de muerta, era acoderada, para arrastrarla, a remo, demorando más de un día para llegar a Puerto Norte de la Isla.
Como no había explanada en la caleta, debían esperar la alta marea para arrastrar la presa con dos o tres yuntas de bueyes, para el proceso de la faena. Aún con esa ayuda, los hombres debían trabajar sumidos en el agua. Sacaban las lonjas de tocino llevándolas hacia la orilla, donde se freían en fondos, para sacar el aceite.
Más tarde, se vieron obligados a construir un galpón para faenar las ballenas. Como la familia era numerosa, entre todos arrastraban piedras huevillo, aprovechando las bajas de marea, ya fuera de día o de noche.
Años más tarde, los hermanos Macaya conformaron la empresa “Macaya Hermanos” extendiendo sus actividades por todo el Golfo de Arauco.
El primero de septiembre de 1958, salió del puerto de San Vicente el ballenero, “JUAN I”, de la empresa Macaya hermanos , comandado por el capitán Anselmo Segundo Macaya Silva, en dirección al SurWeste de Isla Mocha. Lugar adonde llegaban continuamente cachalotes a alimentarse. Era una de las zonas privilegiadas de especies marinas. Ahí encontraban jibias, jurel, corvinas, machuelos, sardinas, anchoas y hasta cochinilla; pero ese día, lamentablemente no se divisaban ni gaviotas en el lugar. Seguramente había llegado la corriente del Niño, cambiado la temperatura del agua, obligando a las especies a emigrar hacia otras zonas.
Al comandante no le quedó otra alternativa que ordenar al piloto se dirigiera rumbo al weste en dirección al sur.
Navegaron todo el día, sin que divisara señales de espauto. El vigía que permanecía con sus catalejos en la cofa, a doce metros de la cubierta del barco. El cielo permanecía despejado, pero con fuerte viento del sur weste y marejada gruesa.
El comandante salió a mirar a cubierta desmoralizado de tanto perder el tiempo. Por la inexistencia de ejemplares, determinó tenderse en el camarote, pensando que llegaría el momento de encontrarse con algunas miríadas de ballenas Raituel, Seival, Fmbaque, cachalotes o sencillamente, quilas. Sin mayor esfuerzo se quedó dormido por alrededor de treinta minutos, mientras el piloto mantenía el rumbo, como oficial de confianza, preocupado de observar sobre el límite del horizonte.
Esperaba que de repente llegara la voz del vigía de la cofa, anunciándole la presencia de algún espauto esporádico en el desierto oceánico, al límite de la Zona Económica Exclusiva del territorio.
Anselmo, dormido, empezó a soñar que una ninfa le comunicaba que cambiara el rumbo a quince grados al weste. Como continuaba durmiendo por tres minutos más, le dio dos fuertes palmadas en la cara, haciéndolo despertar asustado. Y del mismo camarote le gritó al piloto que cambiara el tumbo a quince grados al weste.
Antes de una hora de navegación se encontraron con un gran espectáculo, que divisaron a la distancia.
Al aproximarse se dieron cuenta que se trataba de una ballena alfaguara, defendiéndose de una manada de ballenas quilas o asesinas que la atacaban para comérsela. Ella se defendía lanzándoles la cola para matarlas; pero éstas luchaban para cansarla.
Como la mantenían acorralada, algunas se sumergían y le mordían el vientre por
debajo hasta lastimarla. Cuando ya la tenían semi ahogada, empezaron . a comerle la lengua, que era la carne preferida de las matadoras.
La lengua de la ballena alfaguara llega a pesar alrededor de dos mil kilos y resultaba un buen banquete para las asesinas.
El combate duraba varias horas en un charco de agua y sangre escalofriante para quienes tenían la suerte o pena de encontrarse en una lucha tan desigual en pleno océano.
Como ya era tarde, continuaron navegando y antes que se perdiera el sol bajo el horizonte, se encontraron con quince cachalotes machos que no demostraban mayor temor.
El capitán determinó dejar el barco a la deriva para pasar la noche y aprovechó de comunicarle a los capitanes; Jorge y Tito Macaya Silva, para que se dirigieran al lugar,
comunicándole la latitud y longitud del sitio.
Al día siguiente los barcos amarraron de la cola dos ejemplares cada uno al costado del casco.
Al regreso, Anselmo se encontró con tres cachalotes viejos durmiendo como a cien millas de la Isla Santa María, roncando como burros en celo. Sin pensarlo dos veces, ordenó disminuir la velocidad y se fue aproximando lentamente. uando estuvo a tiro, le disparó al más grande, aceptándole en pleno corazón. Los otros al sentir el disparo arrancaron desesperados a toda velocidad.
Mientras el contramaestre de cubierta realizó la maniobra correspondiente colgando la presa al costado del barco de la cola y regresando con sus tres ejemplares para amarrar en la boya que permanecía como a mil metros de la planta. Después el administrador y co-dueño de la empresa, Anselmo Macaya Medina, ordenaba que fuera arrastrada hacia la
plataforma de faena, donde los especialistas con espel en mano procedían a descuartizarlo para colocar en los autoclaves, donde se convertirían en tocino, en aceite para la preparación de jabón, perlina y aceite comestible, mientras otras se destinaban al consumo directo de la carne. Tan blanda y sabrosa como el lomo vetado del vacuno sureño.
En 1986 se terminó esta empresa por la veda que estableció la Comisión Ballenera Internacional (CBI).
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