viernes, 31 de julio de 2009
Los Gatos del Puerto
Por HALCÓN
El periodista había arribado desde Santiago a primera hora de un día de otoño. El puerto estaba casi desierto y debía ubicar un lugar donde desayunar.
Era un tipo alto, delgado, de largas piernas, ojos verdes que mostraba un rostro de niño alegre, avezado y audaz, lo que es propio de los jóvenes que optan por la carrera de periodismo.
A los treinta y dos años, en sus sueños estaba el deseo de ser un gran profesional, diferente a los otros en su trabajo; romper con la rutina informática y golpear con noticias y crónicas fuertes e importantes; provocar preocupación en las autoridades y debates nacionales…
Era un apasionado en su profesión.
Después de caminar varias cuadras, Joaquín, su seudónimo periodístico, encontró el Mercado Municipal. Allí encontraría un contundente desayuno que lo revitalizaría para comenzar su trabajo.
A esas horas de la mañana había pocos comensales, sólo algunos pescadores y feriantes. Se ubicó en una mesa y en una silla, a su lado, puso su mochila que contenía sus elementos de trabajo.
Una amable muchacha de profundos ojos café, almendrados, y pelo castaño, le ofreció café con leche y pan de la casa, jamón arrollado y otras exquisiteces que aumentaron el apetito del joven. Café caliente y pan amasado, fue su elección.
Mientras desayunaba, se dedicó a observar a los parroquianos para estimar la posibilidad de establecer contacto con alguno para conseguir información, que era el motivo de su viaje.
Su objetivo inmediato era hacer un reportaje y entrevista a “los gatos”.
Tenía conocimiento de la existencia de un líder de este grupo que robaba el pescado a los barcos de las diferentes empresas del puerto pesquero, al que deseaba conocer y entrevistar.
Con este fin, le preguntó a la muchacha dónde podría encontrar al jefe de “los gatos”.
Ella le respondió en voz baja, para que nadie más se enterara:
- En el puerto, no en otra parte, claro está. Es bien difícil que encuentre esta información, pero converse con los pescadores, son los únicos que lo conocen.
- Gracias, nena, estaba exquisito el desayuno.
Joaquín no tuvo que caminar muchas cuadras para llegar al Puerto. Encontró el sector de carga y descarga, donde se veían trabajadores y buzos que trabajaban arduamente, las grúas de los barcos apuntaban al cielo que empezaba a mostrar un débil sol pero que ya aclaraba alejando la tristeza de las noches de trabajo soportando el frío y el viento en la bahía.
Al otro extremo, los pescadores artesanales con sus botes y lanchas, rodeados de mujeres, jóvenes y niños cumpliendo religiosamente con su rutina diaria. Éstos eran los ayudantes en aquellas tareas propias de la pesca, más sencillos que los que requerían de gran esfuerzo físico, durante la pesca en alta mar. Entre los niños encontró a uno de unos doce o trece años que se involucraba voluntariamente en las actividades de los mayores, de rostro duro para su edad, pero con ternura infantil en el trato con las mujeres y otros niños.
Al centro de ese inmenso espacio que es el Puerto y la Caleta de Pescadores, las mujeres con mesones improvisados vendían sus pescados y mariscos a los dueños de casa que preferían los productos del mar, frescos y recién atrapados en el mar.
Era una característica feria tradicional donde se voceaba la mercadería en una sinfonía de gritos y un hombre de baja estatura con su acordeón interpretaba temas de moda, que al joven lo hizo sentir como en un puesto griego. Estaba extasiado con el cuadro humano que presenciaba y, sobre todo, el intenso trabajo que provee el mar de este país tan privilegiado de costas de norte a sur del continente. Conversó con varias personas tratando de indagar dónde podría encontrar al jefe de “los gatos”. Nadie sabía. No encontró la información que esperaba. Hasta lo miraron con sospecha. Alguno se atrevió a insinuarle que hablara con las mujeres, porque ellas, generalmente alimentan a esos felinos. Decepcionado, pensó que su idea de reportaje a los gatos no resultaría.
Después de recorrer varias veces el sector, decidió comer “un mariscal” con bastante limón que preparaban las mujeres.
- Usté, joven, no es de aquí- manifestó la casera, mientras preparaba el plato sin las medidas higiénicas que se requieren, pero que a él no le importaron.
-Sí, efectivamente, estoy aquí porque debo hacer un trabajo periodístico sobre la vida y el quehacer de “los gatos”, ¿usted me puede indicar dónde encontrar al jefe?
- No lo conozco- contestó la casera.
Al momento de aceptar un té frío que la casera le ofreció al joven, muy grande fue su sorpresa cuando ella sacó, de debajo del mesón, un bidón, echando a la taza un trago de vino blanco de la mejor calidad. Es cierto, que los mariscos, necesitan de un buen vinito blanco, para ser saboreados, sobre todo cuando éste es vendido en forma clandestina, se dijo el periodista.
Trató, con toda la sapiencia conseguida en la universidad, de conseguir alguna información a la casera, pero esta, no se dejaba seducir. Hasta le pidió permiso para tomarle una foto y, al despedirse, tras pagar la cuenta, la mujer le dijo: - Vuelva más tarde, joven, tal vez pueda ayudarlo.
Caminó por los sectores aledaños al Puerto, sacando alguna que otra foto y luego, se encaminó al Mercado con la idea de tomarse un café al lugar donde había desayunado durante la mañana. La misma muchacha, atenta, le ofreció lo que había a disposición de la clientela.. Le preguntó cómo le había ido en su trabajo.
- No me ha ido bien, pero hay que ser persistente, porque las cosas que más cuestan en la vida, son las que producen mayor satisfacción.
- Así es, joven, ya mejorarán las cosas - respondió la muchacha, retirándose para continuar con sus labores, sin antes de pedirle permiso.
Pensando, planeando otras alternativas, se tomó lentamente el café. ¿Cómo llegar al líder? Ese era el problema. Se preguntó intrigado qué estaba pasando. En pueblo chico, todos se conocen. La casera del puesto de mariscos, de inmediato reconoció que no era del lugar. Tal vez, proteger al líder de los gatos era un acuerdo colectivo. Sin embargo ella le había insinuado que volviera más tarde y que tal vez era posible alguna ayuda. Esta idea le devolvió la confianza de encontrar por algún medio, la forma de entrevistar al misterioso personaje.
Pidió la cuenta y, cuando la muchacha volvió con el vuelto, le dijo en voz baja, sigilosa: – Al atardecer, por la orilla de la Caleta, al final está la Roca Grande. Ahí, alguien lo espera. Por favor, no lo trate mal,- dijo con voz casi suplicante, - observe y trate que nadie lo siga.
Se retiró rápidamente, para que él no pudiera hacerle preguntas.
El periodista, miró su cara. Era una expresión especial, muy difícil de describir; en tanto él, sorprendido por la información recibida, se sintió partícipe de un secreto muy bien guardado por los habitantes de la caleta. ¿Hasta dónde llegarían sus indagaciones?
Esperó hasta el atardecer y, llegado el momento, caminó con paso rápido hacia el punto indicado. Cuando pasó frente al puesto de la casera, ésta lo miró con una sonrisa picaresca y cómplice. Pero no se detuvo a conversar.
Siguió a pasos agigantados hacia el lugar de reunión. No podía dejar pasar esta oportunidad, no podía perderla, podría ser la única, y eso no lo perdería por nada en el mundo.
Caminó por la arena, saltó de un bote a otro, ya los pescadores se habían retirado del sector, unos a sus casas, otros a beber en las cantinas, como era costumbre.
El mar estaba tranquilo, la temperatura agradable. A la distancia, observó una roca grande que sobresalía de las otras como un montículo hecho a mano por el hombre.
La ansiedad por encontrar al personaje desconocido, aceleraba los latidos de su corazón, a medida que se acercaba a la roca. El atardecer era hermoso y tranquilo. Pero eso no calmaba su inquietud.
Cuando empezó a subir de roca en roca, vio el perfil de un muchacho perfilándose contra el cielo. Al acercarse percibió que vestía una parka, raída por el uso, un yokey sobre su cabeza que miraba la profundidad del horizonte marino.
- ¡He, oye!, ¿Tú eres el gato?
- Sí, ¿Y qué?, soy gato, y tú quien eres? ¿Acaso de la Policía?
- No, amigo, soy periodista y quiero hacer un reportaje sobre los gatos y, para eso, es imprescindible que entreviste al jefe ¿Eres tú?
- Yo no doy entrevistas. Si otros dicen que soy el jefe, no es porque yo lo quiera, ellos lo quieren ¿Quién me asegura que lo te diga va a ser publicado? Tu patrón, el dueño del diario, ¿Lo permitirá?
- Yo soy un periodista independiente, honesto. Te prometo publicar lo que me digas.
- No prometas lo que no puedas cumplir. Dime que te la jugarás con todo para ser lo más certero y fidedigno y eso me hará pensar que realmente eres honesto.
- Me jugaré la profesión por ser lo más completo y textual de lo que me digas.
-¿Sabes una cosa, periodista?, me caes bien. Te propongo una cosa: yo te cuento lo que quiera y tú verás si sirve o no para tu trabajo. Te aceptaré sólo algunas palabras ¿Qué te parece?-
El periodista, ya se había dado cuenta que el jefe de los gatos era el mismo muchachito de de rostro duro y tosco que se involucraba en el trabajo de los adultos, abajo, en la caleta, que sin embargo, esa mañana lo vio tratar con ternura a las mujeres y otros niños menores que él
- De acuerdo, algunas preguntas solamente. Pero dime primero cómo te llamas y porqué me citaste aquí en la Roca Grande.
- Porque, cuando recién preguntaste, creímos que eras de la Policía, y aquí, en este sector yo estoy a salvo, si intentaras detenerme. Yo me llamo Alexis y tú?
- Joaquín.
- Seguramente ese no es tu verdadero nombre, como el mío, que tampoco lo es.
Joaquín se dio cuenta que se encontraba ante un chico de trece años, audaz y decidido. Insistió en la pregunta de porqué en la Roca Grande.
- Porque de aquí me lanzo al mar y no hay Agente que se atreva a seguirme.
- ¡Cómo!, ¿Tú te lanzas al mar, desde este acantilado?
- Mira, Joaquín, el mar es hermoso y generoso. Aquí se han desarrollado hermosas historias de amor de las cuales la luna es testigo silenciosa. Varios suicidios por amor, y sólo somos dos o tres hombres capaces de ganarle a las olas para que no nos estrellen en contra el roquerío. Lo aprendí de mi padre.
- Veo que eres un chico inteligente, Alexis, dime, entonces, ¿Porqué eres gato? Sé que son una banda de ladrones que asaltan los barcos pesqueros a mano armada.
- Así es. Es lo que hacemos con un grupo de amigos. Te cuento: Cuando yo era chico, fui a la escuela, pero muy poco. Ahora no voy. Pero allí aprendí que Arturo Prat era un hombre de mar; que la patria somos Todos y el cura nos hacía rezar para que todos vivamos en Paz, y ahora veo que no es así; que Dios creó los peces para que todo nos alimentáramos Que el mar con tantas historias de piratas, de combates, no es de Todos. Es de unos pocos Empresario que se adueñaron de este mar que es de Todos. Que Nosotros, los pescadores, con nuestro trabajo lleváramos la pesca al mercado para que las mujeres alimentaran a sus familias, después de comprarlos. Pero, no es así, amigo Joaquín. Los barcos arrasan con los peces en las doscientas millas y más aún, nosotros no `podemos meternos más allá.
- Te dije- continuó- que mi padre era hombre de mar. Una madrugada salió a la mar con tres compañeros, no volvió más. El mar se los llevó a todos. Se perdieron. Mi madre quedó sola con cinco hijos, yo soy el mayor. En ese tiempo, yo tenía diez años ¿Qué podía hacer? Si seguía en la escuela, mi madre tendría que lavar pisos para alimentarnos… Entonces, me convertí en gato.
- ¿Y cómo lo hacen?, preguntó Joaquín.
- Cuando tenemos información de que un barco arribará al puerto, nos preparamos. Salimos al encuentro de él en alta mar. Nos subimos con cuerdas por la manga del barco y cuchillo en mano amenazamos a los marineros y al capitán. Empezamos a sacar pescado de las bodegas y los lanzamos al bote.
- Pero ustedes son todos niños. ¿Los marineros y el Capitán no tratan de repelerlos?
- No somos niños. Soy un hombre, y los capitanes y marineros entienden que somos necesitados, pero no son cómplices. Sólo que entienden la necesidad de la gente. Nos llaman gatos porque somos rápidos para subir al barco. Para este trabajo tenemos una lancha con motor fuera de borda. Son veloces, lo que nos permite llegar a la caleta antes que el barco entre al muelle.
- ¿Qué hacen con el producto?
- Se lo vendemos a comerciantes. Si no tienen plata, se lo regalamos, después ellos nos dan comida. Otra parte la llevamos a nuestras casas. Si sobra, la secamos o ahumamos. Nada se pierde.
- ¿Qué dice a esto tu madre?
- Mi madre dice que me cuide y reza para que no me pase algo malo. Este trabajo nos proporciona la comida, con lo que gana mi madre, no nos alcanzaría. ¿Tú sabes lo que es el mar, periodista?
- Después de conversar contigo, Alexis, veo que es más que una playa linda para bañarse, jugar y reír.
- Sí Joaquín, esta masa de agua, es una fuente inagotable de historias, de amor, alegrías y tragedias. Nos embruja, si conversas con un viejo marinero, pregúntale qué sintió cuando lo pilló un temporal en alta mar y te dirá que seguirá siendo marinero, pese a todo el miedo que sintió. Tantas familias que han perdido un ser querido siguen mirando el mar esperando que vuelvan, mientras continúan viviendo del mar. Yo quiero bajar a las profundidades pero otros pescadores, mayores que yo, amigos de mi padre, me dicen que no, que soy muy chico…
- Yo converso con el Loco- continúa- , es un buzo muy respetado aquí en la caleta, Él me cuenta lo que ve y encuentra en el fondo del mar. Me cuenta cómo los peces juegan y bailan en torno a él y él se siente como un rey contemplando un ballet de peces multicolores y las algas marinas moviéndose delicadamente al mismo ritmo, iluminados por los rayos de sol que penetran a las profundidades. Me cuenta de las especies marinas que van desapareciendo, y como él es un loco, me cuenta de una conversación con el congrio. Le dice que se queja de que su familia quedan muy pocos, porque la pesca indiscriminada ha ido exterminándolos y que no nos alcanzamos a reproducir, porque no llegamos a la edad adulta, cayendo en las redes. Que lo mismo les sucede al jurel, la merluza y otros.-
- También encuentra el Loco,- sigue Alexis, - una cantidad impresionante de desperdicios y basuras que hay en las profundidades: polietileno, Nylon, botellas, metales y elementos químicos que matan a la fauna marina. Yo he visto una gaviota bañada en petróleo y dolido, la veo morir de a poco, clamando por ayuda para volar. Ese petróleo, esos elementos químicos, esa pesca indiscriminada y toda esa porquería, no es obra de los pescadores, sino de las empresas pesqueras y las Industrias que nunca han respetado el medio que les ha dado tantas riquezas. Te pregunto, periodista: ¿Es delito que yo robe para comer, una insignificancia, al lado de lo que ellos, los dueños, nos quitan para vivir?
Joaquín guardó silencio. Encendió un cigarrillo. El muchacho le dijo:
- Vamos, periodista, que ya ha oscurecido
. Caminaron por la arena, pasaron por la caleta, los dos en silencio. Uno al lado del otro, como viejos amigos.
De pronto, Joaquín preguntó.
_ La chica del mercado, ¿Qué papel juega ella en esta empresa tuya?, porque fue ella quien me dio el recado.
- Ella es una buena amiga, es casi una hermana. También ella perdió a su padre y su madre es una anciana ciega que depende sólo de ella para vivir. Estamos hermanados por el dolor y las responsabilidades.
- Yo quiero invitarte a servirnos algo allá, en el restaurante. Un café…
- Acepto, vamos.
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